Celeste, o cómo dejé de odiar al fracaso y escalé la montaña [FW Labs]

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En el mundo de los videojuegos hay una delgada línea entre la frustración y la entretención. Cuando como jugadores nos enfrentamos a un obstáculo insuperable, hay una posibilidad de que dicho juego nos genere rechazo: juegos de la talla de Dark Souls jamás han sido santos de mi devoción y salvo contadas excepciones -la mayoría en el mundo de los SHMUP, lo reconozco- me cuesta encontrar un juego que balancee bien estos dos parámetros.

Cuando Celeste llegó a mi Switch, gracias a su llegada a la tienda de Latinoamérica, me esperé lo peor. Un juego de plataformas con saltos difíciles, dashes en ocho direcciones, y un contador de muertes que asomaba como presagio en sus menús da para pensar en lo peor; faltó poco tiempo para darme cuenta que dicho contador se llenaría por el centenar en cada etapa.

Luego, y tras fracasar una y otra vez, me di cuenta que perder -a veces incluso de maneras ridículas- me iba haciendo cada vez más hábil. A pesar de ese contador al final, en mi mente se iba armando una idea clara: fracasar es normal, sigue intentándolo. Lo vas a lograr, es cosa de respirar, tomar el control y hacerlo mejor esta vez.

Suena a historia de autoayuda, pero es así: Celeste me recordó el valor del fracaso.

Celeste, o cómo dejé de odiar al fracaso y escalé la montaña [FW Labs]

 

Un tema controversial

En el fondo y si lo destilamos a su más mínima expresión, Celeste es un juego sobre aceptar que hay una parte de ti que no siempre estará de acuerdo con lo que quieres hacer, y que probablemente intentará sabotearte a cada vuelta del camino. Esa “parte de ti”, un personaje más bien fantasmal, es la clave no solo del juego, sino que de la vida en general: ir en contra de uno mismo es una empresa ilógica, y hay que aceptarse y perdonarse para seguir entero.

En esa misma línea, la jugabilidad explora cómo intentarlo nos conducirá inevitablemente al fracaso, luego al aprendizaje, y en el fondo al esquivo éxito. Pensar en el fracaso como algo positivo no es un tema para nada nuevo: como sociedad hemos ensalzado figuras que representan esa visión de la subsistencia en medio de la adversidad, como Steve Jobs o Bill Gates.

Por otra parte, estudios médicos nos hablan del fracaso como una respuesta neurológica negativa, y que el aprendizaje se sustenta mucho más -y permanece en nosotros- más sobre el éxito que sobre la perdición.

Seamos claros: lúdicamente hablando, Celeste tiene ambos, en lo que creo es la medida justa.

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Enfrentarse al fracaso

Si algo nos llama la atención de Celeste, desde el primer momento, es que su desafío queda claro en los primeros 10 segundos de jugabilidad. El título es acompañado por una montaña, y lo primero que vemos al entrar al menú principal es una opción que nos indica “Escalar”. Ni siquiera hemos conocido a Madeline, nuestra protagonista, y ya sabemos lo que queremos conseguir.

Esto es vital durante toda la partida, es el “superobjetivo” de nuestro personaje. La historia de Madeline nos va recordando paso a paso varias cosas: la escalada no es fácil, abundan los obstáculos y su variedad, y que los demás no siempre estarán ahí para levantarnos.

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Hay un punto en el juego que es clave: el primer gran enfrentamiento entre la protagonista y su “mitad mala”, donde nos damos cuenta por primera vez que esta presencia fantasmal no es sino una parte de ella misma, la parte que todos nosotros tenemos y que, como dije arriba, es nuestro lastre más grande.

Para cuando decidimos enfrentar ese lastre, perdimos el rumbo, y llegamos al fondo de la montaña en el pasaje más hermoso y frustrante del juego. ¿Tanto aprendimos en el camino para fallar así? Es posible sentir, en carne propia, tanto la frustración de Madeline como la nuestra. El muro es más grande que nunca.

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Aceptación

Repito: la clave es la convivencia con la parte de uno que nos incomoda. Madeline lucha y persigue a su ‘demonio’, alejando de sí misma las dudas, visualizando el objetivo como algo tangible, perfectamente conseguible, pero que requiere un sentimiento de completitud que no tiene. Y en la fusión de ambas Madelines, la real y el espejo, entendemos tanto en jugabilidad como en historia la importancia de estar completo.

Madeline ahora tiene dos dashes, indispensables para alcanzar la cima de la montaña. El cambio de nuestra personaje es tan notorio que incluso su pelo cambia a un color rosado, lo que simboliza su avance y nos sirve como guía para reconocer si tenemos -en control del personaje- uno o dos dashes disponibles.

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Para ese entonces, ya hemos entendido que equivocarnos está bien, y vaya que lo haremos: la cima es el lugar más difícil del juego -si no contamos el centro de la montaña, que es una historia adicional- y nos pone a prueba, condensando todos los niveles del juego y mecánicas que probablemente ya habíamos olvidado.

Es el exámen final, el desafío madre de todos los desafíos, la prueba definitiva de nuestra habilidad, y de lo mucho que necesitamos aprender para escalar hasta el final.

Y ese momento, cuando llegas a la cima, es una experiencia extraordinaria.

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La cima

Desde que tuve la oportunidad de jugarlo hasta el final, le he recomendado Celeste a toda persona que esté en proceso de sanación. Reitero que no quiero sonar a libro de autoayuda: los seres humanos somos imperfectos, y en un mundo que nos empuja constantemente y rápidamente a ser exitosos, cabe la posibilidad de que nos quebremos o nos falte una mano para volver a subir.

Celeste no es un reemplazo a una -casi siempre necesaria- terapia, pero bien puede ser el camino a una, o al menos sincerarnos con esa parte de uno que nos incomoda y nos hace la existencia un incordio.

Al final del primer nivel, hay una placa que se asemeja a una lápida, y que recuerda a todos los caídos subiendo la Montaña Celeste. Esa simbología no es al azar, y espero que al haberlo jugado tenga el mismo significado para ustedes: que sea el lugar donde sepultaron todo el fracaso y todas las veces que murieron, con tal de conseguir el éxito.

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