Mi infancia con Super Mario Bros.

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El 13 de septiembre de 1985, hace 30 años, se estrenó Super Mario Bros.

Estoy casi seguro que tenía cinco años cuando vi y jugué por primera vez Super Mario Bros. Digo “casi seguro” porque desde esa edad tengo solo algunos recuerdos claros. Fue en la casa de unos amigos gringos de mi papá. Yo conocía los juegos de Atari de una pantalla, sin scroll, como Montezuma. U otros de carreras como Pole Position o uno de carrera “hacia arriba” de Namco que no puedo recordar el nombre. Juegos en clave arcade, la mayoría.

Super Mario Bros. era algo diferente a todo lo que yo había visto hasta entonces.

Partiendo por el control, que no tenía un joystick ni un único botón rojo. La suavidad de movimientos, la nitidez de los gráficos -para la época, se entiende-. Super Mario Bros. era otra cosa. Recuerdo que me costó un poco, pero logré pasar el primer nivel perdiendo un par de vidas.

Desde ese momento, Super Mario Bros. se convirtió en el juego.

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Pasaron un par años hasta que llegó un NES propio a mi casa y con él, lógicamente, el dúo Super Mario Bros. y Duck Hunt. El segundo era una curiosidad, aunque pasamos hartas horas disparando a patos y platillos. Pero Super Mario Bros. era la estrella y ahí por fin pudimos ir descubriendo lo que se escondía detrás de sus 32 niveles, repartiéndonos con mi hermana los controles al estilo “una vida cada uno”.

Los primeros cuatro niveles ya los conocía porque los había jugado antes pero del 2-1 hacia adelante, todo era un mundo (o mundos) desconocido. ¿Cómo olvidar el momento en que llega el primer nivel acuático, con los pulpos incansables persiguiendo a Mario/Luigi? ¿Cómo olvidar el primer nivel “nocturno” que a los ojos de un niño era un mundo completamente diferente? ¿Cómo olvidar el Warp Zone del 1-2, que cambió completamente mi concepción de “progresión en el juego” como tal? Porque hasta entonces, mi idea de “jugar Super Mario Bros.” no contemplaba saltarse niveles.

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Con el paso de las semanas y los meses empecé a dominar los controles hasta que primero, terminé el juego y segundo, lo logré completando todos los niveles desde el 1-1 hasta el 8-4. Sin embargo, tuvo que pasar harto tiempo hasta que el nivel 8-2 fuera llegar y pasar a través de sus varios saltos que debían ser ultra precisos o si no, empezar el nivel de nuevo.

Ahora con la perspectiva del tiempo, veo que el 8-3 en realidad era muy fácil.

Durante los varios años que tuve la NES, disfruté muchos juegos pese a no comprar ninguno. El videoclub del pueblo donde vivía (Nacimiento, al sur de Chile) regularmente traía juegos nuevos que arrendaba por la módica suma de 500 pesos chilenos de la época: el de los Picapiedra, varios Mega Man, Nintendo World Cup, etcétera. Pero siempre terminaba volviendo a Super Mario Bros. porque ese era el juego que sabía jugar. El que había terminado 30 veces pero que no me aburría. De tanto y tanto repetir niveles y jugar por ocioso que llegué, por casualidad, al nivel -1 o y al truco de las vidas infinitas en el 3-1.

Nunca pude saltar más allá de la bandera, eso sí. Siempre pensé que era un mito. No lo era.

Fui tan bueno en Super Mario Bros. que hasta gané un concurso en un supermercado local. El sistema era muy sencillo: el que hacía más puntos en cinco minutos era el ganador. ¿El premio? Super Mario Bros. 3. Solo ese juego, un coloso de la historia de los videojuegos, hizo que dejara de lado el original. Y ahí comenzó otra historia de infancia.

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Hoy escribo esta columna y hago lo que hago en mi vida gracias a Super Mario Bros, el puntapié inicial de un hobby que terminó siendo algo más que eso. El yo de 32 años y el yo de 5 años siguen pensando que es el mejor juego que jamás se haya hecho.